OpenAI: ¿un cambio necesario o un desvío?
Cuando una misión se convierte en modelo de negocio
En octubre pasado, OpenAI, la organización que revolucionó el mundo con ChatGPT, anunció su intención de modificar su estructura sin fines de lucro. Lo que para algunos fue un movimiento estratégico, para otros representó una traición profunda a los principios sobre los cuales se fundó. Uno de esos críticos es Orson Aguilar, activista con casi tres décadas de trayectoria en defensa de las comunidades trabajadoras en Estados Unidos. Para Aguilar, este giro hacia un modelo corporativo tradicional amenaza con concentrar aún más el poder tecnológico en pocas manos, desdibujando el objetivo inicial de desarrollar inteligencia artificial para el bien común.
La preocupación no es menor. La nueva dirección de OpenAI se produce en un contexto de presión creciente por parte de inversionistas que buscan resultados rápidos y retornos financieros agresivos. Con una reciente ronda de inversión de 40 mil millones de dólares —que eleva la valoración de la empresa a 300 mil millones—, los compromisos asumidos por la organización para completar una reestructuración han desatado inquietudes sobre el rumbo que tomará su tecnología. Aguilar no tardó en responder. Comenzó a tender puentes con otros actores del ecosistema social y tecnológico y, en cuestión de semanas, articuló una coalición de grupos de defensa que cuestionan el nuevo enfoque comercial de OpenAI.
Para los miembros de esta alianza, el riesgo no es solo simbólico. Aseguran que la reestructuración podría limitar la transparencia y acceso público a los avances de la IA, en un momento en que esta tecnología está moldeando todos los aspectos de la vida: desde el empleo hasta la educación y la toma de decisiones políticas. En su visión, convertir a OpenAI en una empresa de capital convencional implicaría subordinar la investigación, los valores éticos y la distribución equitativa del conocimiento a las dinámicas de mercado.
El giro corporativo también ha desencadenado conflictos internos y externos. Elon Musk, cofundador de OpenAI, interpuso una demanda contra la organización alegando que sus líderes han abandonado el propósito original de servir a la humanidad. La acusación no es aislada. Desde otras esferas del ecosistema tecnológico, como Meta, también se han levantado críticas sobre el secretismo de OpenAI y su nueva aproximación cerrada al desarrollo de modelos de lenguaje.
Aguilar y sus aliados sostienen que la esencia de OpenAI ya existe: una organización sin ánimo de lucro que fue concebida como herramienta de transformación positiva. Lo que está en juego no es solo el futuro de una empresa, sino el modelo mismo de gobernanza de la inteligencia artificial. En su opinión, permitir que OpenAI se convierta en un actor más del capital de riesgo es abrir la puerta a una IA diseñada para maximizar utilidades, no para resolver los problemas urgentes del mundo.
“La tecnología tiene que servir a la gente, no al revés”, advierte Aguilar. Y su mensaje va más allá de una simple crítica. Es un llamado a la responsabilidad colectiva frente al desarrollo de sistemas que pueden alterar el equilibrio social, económico y político a nivel global.
La evolución de OpenAI será, sin duda, un caso de estudio para la historia tecnológica de este siglo. Lo que aún está por verse es si su legado será recordado como el momento en que la inteligencia artificial fue puesta al servicio de todos, o como el punto exacto en que una misión humanista se convirtió en otro negocio más del siglo XXI.