JPMorgan ya no regalará su oro.

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Durante años, las fintech construyeron imperios con oro ajeno. Plataformas como Plaid, Yodlee y otras intermediarias accedieron gratuitamente a los datos financieros de millones de usuarios gracias a la puerta abierta que dejaron bancos como JPMorgan Chase. El argumento era la conveniencia para el cliente. La realidad: una mina sin facturar. Eso se acabó.
A partir de este trimestre, JPMorgan comenzará a cobrar tarifas significativas por cada conexión a sus servidores. Ya no se discute si los datos deben compartirse: la discusión es quién los controla, quién paga por ellos y quién puede rentabilizarlos mejor. En 2024, la industria bancaria invirtió más de 18 mil millones de dólares en ciberseguridad, infraestructura API y protección de identidad.

El golpe para el ecosistema fintech es quirúrgico. Empresas como PayPal, Block, Robinhood y Chime dependen del acceso a información bancaria de terceros para ofrecer servicios. Ese privilegio ahora tiene precio. Las acciones de varias cayeron hasta 6% tras el anuncio. Y aunque los reguladores analizan si esta medida limita la competencia, en los hechos, JPMorgan está dibujando el nuevo plano de acceso.

El precedente no es técnico, es político. Durante años, se presionó al banco más grande de EE.UU. para abrir sus datos. Hoy, con una infraestructura más robusta que la de muchos gobiernos, JPMorgan quiere lo que considera justo: retorno por uso. No se trata solo de poner barreras, sino de marcar límites a la explotación gratuita de sistemas ajenos.

Los líderes empresariales toman nota. En un entorno donde la inteligencia artificial depende de datos estructurados y en tiempo real, los bancos también son hubs neurales. Tener millones de usuarios no basta. Hay que saber qué información fluye por sus cuentas, cómo se comparte y con qué intención.

Lo que está en juego no es el acceso, es la soberanía digital. Y JPMorgan —sin pedir permiso— acaba de reescribir las reglas.

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