Escultura colosal, que respira como panal

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Una colmena sin abejas, una estructura sin planos arquitectónicos y, sin embargo, una de las piezas escultóricas más inquietantes de los últimos años. Con más de 17 metros de altura y más de 44 toneladas de aluminio, The Hive, del artista británico Wolfgang Buttress, no solo fue la gran protagonista de la Bienal de Escultura—fue el manifiesto más sutil que haya hecho el arte a favor de lo natural.

Lo que impone a primera vista es su escala. Miles de piezas de aluminio cortadas con precisión quirúrgica se ensamblan para formar una espiral metálica que emula la geometría sagrada de un panal. Pero no es lo visible lo que la hace única, sino lo que no se ve: la vibración. The Hive reacciona en tiempo real a la actividad de una colmena viva conectada mediante sensores; sus luces LED interiores cambian de intensidad, y su zumbido interno se convierte en una sinfonía amplificada por la arquitectura.

La gente entra. Observa. Camina entre la malla de hexágonos como si explorara un  nuevo ecosistema. La luz se filtra con un ritmo que no depende del artista, sino de las abejas. El resultado es una instalación que cambia con la hora, con el viento, con las estaciones. No es una escultura: es un ecosistema inmersivo.

La obra tuvo su origen en el Pabellón del Reino Unido para la Expo de Milán 2015, pero desde entonces ha sido remontada, reinterpretada y revitalizada en los jardines botánicos de Kew, en Londres. En cada espacio donde se instala, genera algo más que aplausos o selfies: provoca silencio. Ese tipo de silencio que sólo ocurre cuando lo contemplativo toma el control.

Mientras el arte contemporáneo a veces cae en la necesidad de gritar, Buttress se atreve a susurrar. Lo hace mediante una colaboración entre diseño, ciencia y biología. Su trabajo no busca explicar nada; solo deja que la naturaleza tome forma, proporcione ritmo, y nos recuerde—casi sin decirlo—que lo verdaderamente vivo rara vez necesita adornos.

En un momento donde las megainstalaciones se asocian a presupuestos descomunales, agendas políticas o gestos de poder urbano, The Hive se planta con otro propósito: restaurar el vínculo perdido de lo que olvidamos observar.

Quizá no sea coincidencia que esta escultura emule un panal. En las abejas hay comunidad, colaboración, elegancia matemática. Todo lo que nuestra arquitectura ha intentado imitar sin lograrlo del todo.

Lo que “The Hive” pone sobre la mesa es una invitación a mirar, a escuchar, a recordar que incluso el metal más frío puede integrarnos y profundizar en una colosal inmersión artística.

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