UN PUEBLO MÁGICO CON ALMA DE METRÓPOLI

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Tlaquepaque Pueblo Mágico

Tlaquepaque se revela poco a poco: en el crujido de sus empedrados, en el olor del barro húmedo, en el tintineo de las copas en una terraza del andador Independencia. Desde que fue declarado Pueblo Mágico, su flujo de visitantes ha crecido, pero su ritmo sigue siendo el de un lugar que trabaja, crea y recibe sin teatralidad.


El andador Independencia es la columna vertebral del pueblo. Peatonal, sombreado por árboles y toldos coloridos, concentra lo esencial: iglesias coloniales, tiendas de artesanías, galerías y restaurantes instalados en casonas antiguas. Aquí no hay escaparates fríos; las puertas están abiertas, y dentro, alguien siempre está tallando madera, moldeando vidrio o liando un equipal.

Más allá del barro, está el arte contemporáneo. Las galerías de Sergio Bustamante —con sus animales fantásticos en papel maché, bronce y cerámica— ofrecen un contrapunto lúdico y surrealista. Sus piezas, vendidas en todo el mundo, se exhiben aquí como en casa: sin pedestales excesivos, con la naturalidad de quien sabe que el arte también es mercancía, oficio y juego.

Galería Sergio Bustamante, ubicada en el centro de Tlaquepaque

Galería Sergio Bustamante, ubicada en el centro de Tlaquepaque

La comida acompaña ese equilibrio entre lo tradicional y lo actual. En Casa Luna, los platillos parten de recetas jaliscienses, pero se sirven con precisión de cocina de autor. El cantarito, hecho con tequila, jugo de cítricos y sal en el borde del vaso, funciona como señal de que uno ha entrado en modo Tlaquepaque. Para los que prefieren lo dulce, la Chocolatería Cristina Taylor organiza catas donde el cacao se marida con tequila, raicilla o café. Hay que reservar, pero vale la espera: es una de las pocas experiencias sensoriales estructuradas en la región.

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