Una nueva mirada al arte renacentista

Florencia nunca deja de revelarse. Esta vez, lo hace a través de la lente de la tecnología. En el interior de la iglesia de Santa María del Carmine, la Capilla Brancacci —una de las joyas fundacionales del Renacimiento— ha vuelto a hablar. Y lo ha hecho con voz silenciosa pero deslumbrante: rayos dorados que irrumpen desde las puertas del Paraíso, hojas de higuera que cubren con pudor antiguo la desnudez de Adán y Eva, y una vegetación exuberante que alguna vez envolvió la escena de la tentación. Todo ello invisible al ojo humano, hasta ahora.
Gracias a una campaña multidisciplinaria que une arte, ciencia y tecnología, se han descubierto estos elementos ocultos bajo capas de pigmento y tiempo. La técnica utilizada, conocida como macro-fluorescencia de rayos X de barrido (macro-XRF), permite escanear las superficies pictóricas sin dañarlas, revelando la huella química de pigmentos que ya no son visibles. Es, en cierto sentido, una arqueología de la luz.
Los frescos, realizados entre 1425 y 1483 por los grandes nombres del Quattrocento —Masaccio, Masolino y Filippino Lippi—, habían sido estudiados y restaurados en el pasado. Pero esta nueva lectura, impulsada por el Instituto de Ciencias y Tecnologías Químicas “Giulio Natta” y otros centros de investigación europeos, nos obliga a replantear lo que sabíamos. Las hojas de higuera y manzano detectadas no pertenecen a intervenciones moralistas del siglo XVII, sino que formaban parte de la intención original. Y los rayos dorados que ahora lucen apagados, fueron una vez fulgores de expulsión divina.
¿Qué se perdió en el camino? ¿Fueron las limpiezas, la alteración de los materiales o simplemente la erosión de siglos? Las respuestas aún no son definitivas, pero el hallazgo abre nuevas preguntas sobre la evolución material de las obras maestras y sobre lo mucho que aún pueden contarnos, incluso siglos después. Como si la pintura tuviera memoria.