De protesta a postal

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De protesta a postal: así vemos hoy el “Guernica” de Picasso

Cada 26 de abril, el eco del bombardeo a Guernica vuelve a escucharse en forma de pasos, susurros y clics. En el Museo Reina Sofía de Madrid, los visitantes se agrupan frente al lienzo de 7.75 metros que Pablo Picasso pintó para denunciar el horror. Ahora que se permite fotografiar la obra ya no solo se contempla: se encuadra, se comparte, se posa frente a ella.

Guernica

Durante décadas, nadie podía fotografiar el Guernica. Ni una sola imagen, ni una selfie robada. Pero eso cambió en 2023, cuando el museo levantó la restricción y permitió a los visitantes registrar el cuadro que testimonia el bombardeo del 26 de abril de 1937, cuando la Legión Cóndor alemana, aliada del franquismo, atacó a la población civil de Guernica en pleno día de mercado. El saldo: casi dos mil muertos y más del 80 por ciento del pueblo destruido. Una coreografía de terror que se enseñaría luego en toda Europa durante la Segunda Guerra Mundial.

Eso es lo que Picasso pintó: un toro, un caballo herido, una madre con su hijo muerto. La descomposición de la humanidad en una imagen monocroma. Pero en la sala 205.10 del Reina Sofía, hoy el cuadro se ha vuelto también escenografía: se alzan celulares, se posan palmas simulando sostener el lienzo, se compite por el mejor ángulo. Los bocetos y documentos que acompañan la obra apenas reciben atención.

Guernica

Mientras tanto, en Gernika-Lumo, el pueblo original, la obra nunca llegó. La población ha reclamado durante décadas que el cuadro vuelva a casa. En su lugar, hay un mural de cerámica con las mismas dimensiones, al pie del cual se dejaron flores, velas y, hoy, banderas palestinas. El Guernica también ha sido adoptado como símbolo de otras guerras, otras violencias. En los comercios locales, la madre con su hijo aparece sobrepuesta a la bandera de Palestina, y el Museo de la Paz recuerda a los 60 mil visitantes anuales que esto no fue un accidente: fue un experimento de guerra.

Contrasta, sí, con el uso que se le da en Madrid, donde reproducciones de la pintura son coloreadas a discreción y convertidas en carteles, llaveros o imanes en los puestos de la calle. Fuera del Reina Sofía e incluso del Museo del Prado, el toro, el caballo y las víctimas aparecen teñidos de nuevos colores, reinterpretados una y otra vez. Pero aún así, algo perdura. Porque como memorial, como selfie, como gesto simbólico o recuerdo de paso, el Guernica nunca deja de conmover. Su grito atraviesa el tiempo, y en cada mirada que lo contempla, vuelve a encenderse la llama de la memoria. Allí donde esté, sigue siendo un acto de resistencia, un anhelo profundo de paz.

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